La Pera del Olmo
Ricardo Urquidi
Tengo tres hijos, los tres no saben de futbol, no saben quién fue Nacho Trelles, Hugo Sánchez, han oído hablar del Chicharito, no saben que es un 4-3-3, pero les encanta ver los partidos de la selección mexicana, recientemente Ricardo Junior, estuvo en el partido amistoso entre México y Brasil, previo a la Copa América en el Estadio Kyle de Texas y me comento: “Estuvo bien padre el partido!”, Diana la mayor con sus amigas organizan reuniones para ver los juegos, Guillermo el más ajeno al soccer, por mis consejos de que no se involucrará con el TRI, so pena de sufrir decepciones, no escapa de las invitaciones de sus amigos para disfrutar las actuaciones de los ratoncitos verdes.
La selección mexicana de futbol, se ha convertido en el negocio más grande que da el espectáculo deportivo mexicano, inclusive es mejor negocio que las peleas del Canelo, pero no es por la calidad de sus jugadores, porque sea potencia, porque en su historial tenga en sus vitrinas una Copa Mundial, su gran atractivo no está en lo que suceda en el césped, en el escenario de sus derrotas, no digamos decepciones, eso déjeselo a los cronistas deportivos que viven del futbol mexicano, ese futbol que nos venden como si sus protagonistas en sus botines desplegaran un futbol igual o superior a Messi, a Cristiano y demás figuras mundiales.
Ya no son decepciones, ni continuos fracasos, es la realidad del futbol mexicano, la reciente eliminación de México de la Copa América a manos de Ecuador, es nuestra realidad, no tenemos capacidad de aspirar a ganar una Copa del Mundo a pesar de que cada cuatro años nos quieran convencer que ahora si vamos a ganar el quinto partido con la falsedad de que ahora si viene la generación soñada.
En el pasado partido entre México y Venezuela se volvieron a escuchar, gracias a la pésima actuación de los ratoncitos verdes, el famoso grito homofóbico que se escucha al despejar el portero rival, pues ahora fue con el portero mexicano, esas actitudes en vez de alejar al aficionado, al paisano que hace patria en Estados Unidos, es motivo para pagar 100, 200, 300 dólares para ver al TRI, el espectáculo no está en la ridícula calidad de los seleccionados, el verdadero show esta en las gradas, con el ambiente que la idiosincrasia del mexicano se cocina en las butacas, como el desmadre de la multitud te lleva disfrutar un escenario surrealista, donde todo se permite, al amparo de una máscara de Blue Demon, del Huracán Ramírez, del Santo, las constantes llamadas del sonido local para censurar las expresiones más populares en la borrachera mexicana, son motivo para crear un concurso de quien grita o hace la mejor para enardecer al monstruo de mil cabezas.
O de un mosaico multicolor de sarapes, de disfraces del Chavo del Ocho, del Papa dando bendiciones, dorsos femeninos descubiertos, de fanáticos alcoholizados orinando en una botella o lata de cerveza, cuando juega el TRI, en las gradas todo se permite, el escenario se vuelve Michoacán, Nuevo León, Sonora, Campeche, estoy por un espacio de tiempo en mi tierra, aquí puedo hacer lo que se me dé la gana, el resultado es lo de menos, quiero olvidar por un momento que estoy a tres mil kilómetros de mi tierra, quiero engolosinarme de nostalgia por lo que deje atrás.
Aquel que piense que el que acude a un partido de la selección mexicana es porque crea que va a ganar, está totalmente perdido, va al desmadre, a ser testigo de nuestra más pura forma de ser, cuando liberamos la tensión, la melancolía de tener a la familia y estar solos en la lejanía, en los juegos de los Mundiales, con estadios con aforos de 60 mil aficionados, no todos son mexicanos, la mitad tal vez, los demás son extranjeros que van a disfrutar el ambiente del mexicano en un cuadrante de futbol, que va asombrarse de nuestra forma de ser, esa es la atracción de los llenos del TRI en el extranjero, no las mentiras que nos venden las televisoras, nadie paga por ver un pésimo espectáculo, aquel que haya disfrutado un partido del TRI, sabe de lo que hablo.






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