Pérez Prado, quien después sería conocido como el rey del mambo, mostró cuál era su camino desde muy pequeño.
Aunque sus padres soñaban con que estudiara medicina, ya en las lecciones de piano clásico recibidas en la infancia probaba gran talento y amor por la música.
Inició su carrera artística en la ciudad natal, con la charanga de Senén Suárez. Allí realizó también algunas incursiones profesionales con otras orquestas locales, pero sería en los albores de la década de 1940, cuando decidió trasladarse a La Habana, donde su carrera empezó a despegar al colaborar con uno de los grupos cubanos emblemáticos de los años 40 —la Orquesta Casino de la Playa—, la cuál sirvió de laboratorio para que el arreglista y pianista matancero experimentara con nuevas sonoridades y estructuras armónicas, incorporando algo de jazz a su repertorio.
Sin duda alguna, él fue quien popularizó el mambo a nivel internacional luego de trasladarse a la Ciudad de México en 1948. Allí formó su propia orquesta y empezó a aparecer en una serie de películas que dieron la vuelta al mundo.
México fue un amor correspondido, allí se inspiró para crear sus obras más famosas en la década de 1950 -Rico Mambo, Mambo No. 5, Pianolo, Caballo negro, El ruletero, Mambo en saxo, Mambo No. 8- también logró ganarse el afecto y la admiración del público mexicano y compositores y arreglistas de ese país comenzaron a seguirlo.






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