Ricardo Urquidi
A Vichy
El que puso la vara muy alta
Cipriano Orihuela a sus 45 años, con la vida resuelta a pesar de los tropiezos anteriores en sus negocios, contaba con una familia sólida, dos damas y un varón, el menor, Ximena de diez y ocho, Sabrina de 16 y el ultimo: Roberto de 14, a quien sin auto percibirlo, prefería sobre sus hijas, ellas conscientes del carácter de su Padre, preferían ignorar sus actitudes, su compañera de vida: Alejandra, nombre común, para una ama de casa concentrada en que su labor no se notara en el hogar, mientras todos salían a sus labores, estudios, ella como un soldadito de plomo, dirigía su hogar, Carmela la empleada doméstica, que se agregó a la par de Ximena, se convirtió en el brazo derecho para aliviar el desorden diario, se convirtió en la cómplice de los hijos, complementaba la familia Orihuela López, no solo como la que recibía ordenes, siempre desde el primer instante, comió en la mesa junto con todos, era una más.
Ximena pronto a salir de la casa para irse a Estados Unidos a formarse profesionalmente, en su interior estaba apresurada por dejar la rutina familiar, por sentir la sensación de independencia y abrir las alas, mientras que Sabrina, en preparatoria estaba más ocupada en disfrutar la vida que en pensar en su futuro, la brújula de la familia apuntaba gracias al patriarca hacia una sola dirección: Roberto, desde pequeño gracias a la afición de su Padre por el béisbol, destaco en los equipos, seleccionado regional, estatal, nacional, a la edad de 10 años asistió a un Mundial Infantil, desde aquel entonces, gracias a su velocidad en el brazo, comenzó a ser monitoreado por diferentes reclutas del béisbol organizado.
Cipriano al ver las facultades de su hijo, se concentró en su desarrollo, empezó a patrocinar equipos, no por asegurar que Roberto tuviera un lugar seguro en el terreno de juego, la razón: para protegerlo de managers que por ganar un partido, obligan a los niños a realizar demasiados lanzamientos, que a temprana edad ejecuten lanzamientos rompientes, afortunadamente encontró en Manolo, un viejo instructor de ligas infantiles, sintonía para desarrollar niños bajo esas reglas, obstinado en el crecimiento de Roberto, solo le pedía a su entrenador que desarrollara velocidad en el brazo derecho de su hijo, Manolo con aportaciones de Cipriano asistía a cursos, capacitaciones, no tan solo en México, en Cuba, en Estados Unidos.
Sin notarlo Roberto empezó a perder momentos de infancia, la obsesión de su Padre por cristalizar todas las facultades innatas, la naturalidad para jugar de su único hijo, lo alejo de fiestas, de amigos fuera de la escuela, su rutina diaria a su escasa edad, propiamente ya era de un profesional, con metodología del deporte, nutrición, entrenamientos, clases de video para corregir detalles, Manolo se contagió por ese fervor paternal, sabía que Roberto, no era un diamante en bruto, ya era cuestión de tiempo para que equipos profesionales apreciaran sus rectas de 85 millas a los 14 años, arriba de la media de todo joven de su edad.
Así era la vida de Roberto, metódica, alumno destacado, que, ante las concentraciones nacionales, fácilmente obtenía permisos escolares, gracias a su nivel académico, en una ocasión con Cipriano en las gradas del Estadio Valente Chacón Baca, sin aviso, una persona le toca el hombro para llamar su atención:
“Señor Orihuela?”, voltea escuchando un español con acento extranjero, “ A sus órdenes”, “Soy Edward Greenwald, pertenezco a la organización de los Yankees y quisiera hablar con usted acerca del futuro de su Hijo”, no ajeno a este tipo de situaciones, responde: “Si dígame”, el norteamericano tratando de encontrar las palabras adecuadas, introduce sus atenciones: “Cuáles son sus planes con su hijo?”, Cipriano no quiere ser tajante, quiere ser diplomático en sus palabras: “Los planes que yo tengo con mi hijo, es que el año que entra termine la secundaria, después se va a inscribir en una preparatoria en Estados Unidos, gracias a sus facultades esperemos que obtenga una beca de una universidad, para finalizar en el draft colegial y porque no?, si no se lesiona, jugar Grandes Ligas”, el scout se queda sorprendido, nunca espero una respuesta tan segura, acostumbrado a tratar con padres de familia ajenos a procesos de formación deportiva, Edward intuye que debe saltarse pasos en la plática y suelta su oferta: “Quiero decirle que nuestra organización está interesado en su hijo y quiere firmarlo con un bono de un millón de dólares”.
Cipriano no tiene que pensar mucho: “Gracias pero mi familia quiere llevar paso a paso la carrera de mi hijo… solo para que este enterado… los Rangers nos ofrecieron cinco millones y no aceptamos… solo quiero pedirle un favor”, “Claro”, “Cuál es su reporte de mi hijo?”, el norteamericano sabe que no es el primero y trata de dar su punto de vista muy personal: “Muy buen comando, mucho oficio en la loma, tranquilidad extrema, le medí rectas de 90… con una buena mecánica, cuando crezca fácilmente podrá llegar a las 95 y porque no 100 millas a los 18 años, hace muy bien en inscribirlo en una escuela de Estados Unidos, porque aquí no va a evolucionar, al contrario debe mejorar su mecánica, si no se va a lesionar el hombro”, rápidamente Cipriano cuestiona: “Porque?”, “En el último tercio de su wind up, encoge el hombro, debe estirarlo, abrir todo el brazo, si así le llega a 85 -90 millas, ahora mejorando, definitivamente tenemos un brazo de Grandes Ligas, está muy a tiempo de que lo corrija”, “Gracias”.
Cipriano se queda pensativo, en el viejo montículo esta su hijo, lleva 7 entradas lanzadas, para un hit, diez ponches, solo un contrario ha pisado la primera, está a un out de ganar el partido por la vía del nocaut, los Mineros de Parral, están a punto de ser campeones estatales en la Sub 14.
Al salir de Secundaria Roberto, su Padre deshojaba las oportunidades para enviar a su hijo a una preparatoria con un buen plan de béisbol, un bachillerato con historial, con campeonatos, con buenos instructores, con compañeros de su mismo nivel o mejor que exigieran a Roberto a superarse, la encontró en California.
Las cartas de presentación de Roberto, sus títulos individuales en eventos internacionales, mundiales, lo único que provocaron fue una aceptación de inmediato, atrás quedaban las categorías infantiles y juveniles, el parralense de 15 años ingresaba a la pubertad, a un escalón más en su carrera, su nuevo manager a petición de Cipriano sostuvo una plática para compartir la evolución desde la infancia hasta el momento de su tesoro mejor guardado, como desarrollar más velocidad y aprender nuevos lanzamientos, ya en vísperas de la madurez de su brazo, Padre y Timonel congeniaron, la meta era convertir a Roberto en un competidor, un atleta no tan solo de alto rendimiento, atender su talento y actitud mental.
Hacia su interior Roberto estaba convencido que era capaz en lograrlo, todas la armas de un lanzador ahí estaban listas para pulirse, su ingles era otro reto, le preocupaba más que los entrenamientos, como adaptarse a una nueva vida, sin armas lingüísticas, afortunadamente varios de sus compañeros, de origen hispano, lo sobrellevaron, lo arroparon en el difícil proceso, mientras paralelo a sus clases normales, la institución le asigno un tutor para apresurar su aprendizaje del idioma de Shakespeare.
A petición de su Madre, principalmente, con la ayuda de su nueva escuela fue enviado a una casa de norteamericanos, que además de rentarle un cuarto, le proporcionaban alimentación, Roberto con la barrera del idioma, soporto la decisión, en gran medida porque la mayoría del día, estaba en clases, entrenando y no era hasta en la noche cuando regresaba a su hogar adoptivo, los estadounidenses: Gregory y Lauren Taylor aficionados al béisbol, que en el pasado ya habían sido anfitriones de otros peloteros y atletas, trataron de no presionarlo mucho, el matrimonio no tenía hijos, por lo que toda su atención la centraban en Roberto, que gustoso aceptaba las invitaciones cuando los fines de semana descansaba, Gregory y Lauren eran fanáticos de las actividades al aire libre: senderismo, acampar, kayak, pesca, con ellos Roberto descubrió una nueva forma de vivir, ajeno a las costumbres de su familia en Parral.
El prospecto de Grandes Ligas, nunca imagino la tranquilidad de observar una fogata en la noche, rodeado de pinos y montañas, la terapia que significa ir por los senderos de las colinas, los cañones, las montañas, los ríos, la simpleza pero a la vez solidaridad de armar todos un campamento, el reto que significa ir por un rio remando, esquivando obstáculos, fijar un punto en el agua y ahí lanzar un anzuelo esperando sentir el afortunado sentimiento de un jalón en la caña de pescar, entre las clases, los entrenamientos y los fines de semana con su familia adoptiva, Roberto comenzó una nueva etapa en su vida.
Cuando llego la temporada, Roberto ya estaba listo, sentía la presión no tan solo de mostrar a su nuevo equipo todas sus armas, también la de su empecinado Padre que a la distancia le hablaba a diario para preguntar sobre sus progresos, exigir nuevas metas, ordenarle ser disciplinado, Roberto con la relación de Hijo a Padre, asentía por teléfono, él se sentía capaz, no se preocupó por ser el segundo abridor del equipo, todo era cuestión de tiempo, los triunfos, los liderazgos en las estadísticas comenzaron a llegar a sus labores en el montículo, a media temporada la afición local, se congratuló por tener un lanzador de tal calidad.
El equipó gano su distrito, su división regional, después clasifico para la etapa estatal, ahora van al Estatal donde los 8 mejores se disputaran el título, gracias a sus actuaciones, Roberto fue bautizado por los fanáticos como “Bob”, otros más atrevidos lo llamaron: “Speedfinger”, detalle que mostraba el reconocimiento a su calidad, Gregory y Lauren, no podían ocultar el orgullo de ser los elegidos de tener en casa a semejante personaje que se ganó los comentarios de toda la comunidad, cuyas actuaciones eran noticia en los diarios locales.
Vienen los estatales de California, Roberto ya sabe lanzar la recta de dedos separados, la recta cortada, el slider, el cambio, quiere aprender el sinker, el tenedor, está ávido de aprendizaje, muy próximo está el reto de que todos sus nuevos lanzamientos en su momento tener la sabiduría de combinarlos para despachar a sus adversarios, su Padre está listo para ir a verlo, es lo único que no le gusta, preferiría estar solo con la presión del juego, no agregar una más.
En las noches en la soledad, acostado, mirando al ventilador que tiene enfrente, Roberto con su compañera de toda la vida: Doña Blanca, lanzándola hacia las aspas, con el frio cálculo de apenas rozarlas, piensa en su futuro, recuerda sus campeonatos con los Mineros, con los Dorados, con México, las emociones que está viviendo son únicas, lejos de su Padre, que a veces sentía que lo presionaba mucho, todas sus indicaciones, señalamientos lo absorbían sin dejarlo respirar, sin quererlo compara a sus Padres con Gregory y Lauren, que le dan más espacio a la convivencia familiar, con la única presión de vivir, extraña a su Madre, sus guisos, promete hablar con sus hermanas al otro día, saludar a Carmela.






Deja un comentario