Cuando el béisbol se convirtió en un show de talento, humor y señales captadas en el aire

Si hubo un equipo que dejó una marca imborrable en el Prenacional de Chihuahua 1983, fue el Tecnológico de Parral. No solo eran jugadores de alto calibre, sino que cada uno aportaba su toque especial, haciendo que los rivales se preguntaran si estaban compitiendo en un torneo de béisbol o en una película de comedia con guion improvisado.

Salvador «Chepilon» Santana: el manejador que veía todo
Dicen que un buen entrenador debe conocer cada movimiento del rival, pero Salvador «Chepilon» Santana tenía algo más: intuición sobrenatural. Se decía que podía captar las señales del otro equipo antes de que las hicieran.

“¡Van a tocar la bola!”, decía antes de que el manager rival moviera un dedo.

“¡Pícher, cuidado con el robo!”, alertaba antes de que el corredor siquiera pensara en despegarse de la base.
Los jugadores juraban que Chepilon tenía una antena oculta, capaz de interceptar cada pensamiento del enemigo. Algunos incluso creían que traía un radar en la gorra.

Alberto González Chaparro y su bola de humo
Si en Durango Giyo había dominado el arte del lanzamiento invisible, en Chihuahua decidió llevarlo un paso más allá. Ahora su recta no solo era rápida, sino que dejaba una estela de polvo tan densa que nadie veía la bola salir.

Los bateadores rivales comenzaron a usar gafas especiales, los umpires pidieron mascarillas, y en más de una ocasión, los jardineros solo reaccionaban cuando escuchaban el golpe de la pelota contra la barda.
Dicen que en un partido particularmente seco, Giyo lanzó con tanta potencia que la nube de polvo provocó un “time out” involuntario.

«¿Fue strike?» — preguntó el bateador, entre parpadeos.
«¡Fue un eclipse!» — respondió el catcher, sacudiéndose el polvo de la cara.

Manuel «El Chanate» Armendáriz: el jugador que confundía hasta a los rivales
Si hay una táctica que pocos equipos dominan, es la distracción estratégica. Y Manuel «El Chanate» Armendáriz era maestro en ello.

No importaba la tensión del partido, el Chanate encontraba siempre el momento perfecto para soltar un comentario, hacer una imitación o, en el peor de los casos, romper en canto en plena jugada.

“¡No me digas que ahora va a cantar rancheras!” — decían los rivales, mientras trataban de concentrarse.
“Pues sí, ¡y en dos entradas llega el mariachi!” — respondían sus compañeros, entre risas.

Los jugadores rivales nunca sabían si debían prepararse para batear o para un show improvisado, pero lo que era seguro es que nadie podía ignorarlo.

Julián «Negro» Castellanos y su estilo cubano
Julián Castellanos no solo tenía talento, también tenía presencia. Con su postura, su movimiento elegante en el campo y su manera de hablar, parecía salido de la selección cubana de béisbol.

Los comentaristas de la tribuna comenzaron a llamarlo “El Importado”, y algunos jugadores rivales llegaron a preguntarle de qué parte de La Habana era.
“De Parral, compadre”, decía entre risas.
Lo cierto es que, cubano o no, su juego tenía el sabor, la destreza y la magia de los mejores, dejando a más de uno con el guante vacío y la mirada incrédula.
José Ángel «Pinocho» Rivera: un sobrenombre que lo decía todo.

Si un sobrenombre define a un jugador, «Pinocho» Rivera fue el ejemplo perfecto. Nadie sabía cuándo estaba diciendo la verdad y cuándo estaba soltando una exageración digna de un cuento.

“Me acaban de ofrecer contrato con los Yankees” — decía de la nada.

“¿Qué?” — preguntaban sus compañeros, sorprendidos.
“¡Bueno, fue el señor de la tienda, pero igual contó como oferta!”

En cada posición del campo, Pinocho hacía de las suyas. Cuando atrapaba una pelota, juraba que la había agarrado con los ojos cerrados. Cuando bateaba, aseguraba que estaba apuntando directo al techo del estadio (aunque la pelota apenas llegara al cuadro).
Lo que era seguro es que cada jugada con Pinocho tenía espectáculo incluido, y eso, sin duda, hacía cada partido inolvidable.

El equipo que conquistó Chihuahua y dejó historias para siempre.

Este Prenacional de 1983 no solo fue una victoria para el Tecnológico de Parral, sino un festival de talento, humor y momentos memorables. Con jugadores como Tony Vences, Agustín «Tilín» Robles, Alberto Rodríguez, Jorge Vázquez, José Ángel Enríquez, Paco Madrid, Héctor Chávez, Luis Carlos Villa, Mauricio Ramírez, el bat Noyola, Jorge Gaytán, José Ángel Rivera, Luis Alonso Tena, Ponchó Rivera, Julián Castellanos y Alfredo Quintana, el equipo no solo ganó en el campo, sino también en las risas y anécdotas.

Después de este torneo, el Tecnológico de Parral viajó a Veracruz para el Nacional, donde quedaron en 4to lugar, demostrando que no solo eran un equipo competitivo, sino una verdadera leyenda dentro y fuera del diamante.

Por Cesar Molina
Fuentes; Alberto Gonzalez Chaparro

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