
¡Qué tiempos aquellos! El béisbol con pelota de esponja era toda una institución en las calles de Parral, un juego que no requería más que un bate improvisado, una pelota ligera y muchas ganas de correr y reír.
Las bases podían ser cualquier cosa: una piedra, un zapato olvidado, o el poste de la luz en la esquina. Los jardineros se acomodaban donde podían, listos para atrapar la pelota antes de que terminara en el techo de alguna casa o en el patio del vecino gruñón. Y cuando eso pasaba, ahí venía la negociación para recuperar la pelota: si el dueño de la casa estaba de buen humor, todo bien, pero si no, había que encontrar otra pelota (que casi siempre ya tenía remiendos de cinta adhesiva).
El pitcher solía hacer sus trucos, lanzando curvas imposibles o sacando un ponche sorpresa con un movimiento casi mágico. Y ni hablar de los jonrones: cuando alguien bateaba la pelota más allá de lo permitido, el festejo era doble—por la hazaña y porque seguro ahora alguien tendría que escalar una barda o meterse por debajo de un coche para rescatarla.
Cuando caía la tarde y el sol apenas dejaba sus últimos destellos sobre las calles de Parral, comenzaba el verdadero espectáculo: las legendarias retas de béisbol con pelota de esponja. Equipos improvisados, bases marcadas con piedras o mochilas, y una pasión que rivalizaba con cualquier partido profesional.
Las reglas eran claras:
Si la pelota caía en la casa del vecino gruñón, había que organizar una misión de rescate.
Si alguien bateaba demasiado fuerte y la pelota desaparecía, todos fingíamos que no había pasado nada.
Las discusiones por si era out o safe duraban más que el partido mismo.
Y, sobre todo, la única manera de terminar el juego era cuando las mamás comenzaban a gritar desde las puertas.
Pero lo que realmente hacía especiales estos encuentros eran los jugadores, cada uno con su estilo único, su picardía y sus momentos inolvidables.
Equipos legendarios del barrio
Los Titanes del Pueblo
Pitcher: Ernesto Chávez Sanjua Chavez– Tenía un lanzamiento que nadie podía descifrar y un argumento para cada bola dudosa.
Catcher: Alfredo Huerta Pichina – Se paraba firme detrás del bateador y siempre tenía un comentario sarcástico.
Primera base: Enrique Chávez – No dejaba que nada pasara… excepto cuando estaba distraído peleando con el umpire improvisado.
Segunda base: Juan López – Rápido como un rayo, aunque a veces la pelota lo pasaba y ni se daba cuenta.
Tercera base: Arnulfo Pérez – Nunca se movía de su posición… aunque a veces la pelota sí.
Jardinero izquierdo: Pinocho Rivera – Si la pelota volaba demasiado lejos, él tenía que trepar bardas o saltar entre techos para recuperarla.
Jardinero central: Gerardo Pérez – Su especialidad era correr con la pelota en la mano mientras todos le gritaban que ya la lanzara.
Jardinero derecho: Nacho Prieto – Podía atrapar cualquier pelota, excepto cuando estaba ocupado contando chistes.
Los Relámpagos de la Esquina
Pitcher: Mario Hernandez ( El Indio hoy le dicen El Callao)– Era experto en hacer trampa con sus lanzamientos, siempre jurando que su bola era strike.
Catcher: El Tarritos Prieto – Hablaba más de lo que atrapaba y tatatata, pero su presencia intimidaba a los bateadores, menos al perro del bimbo que con una mordida sello su juego estelar.
Primera base: Salvador Huerta – Se quedaba firme en la base, a menos que algo más interesante pasara cerca.
Segunda base: Dario Salcido Ornelas – Agilísimo… cuando no estaba distraído saludando a alguien que pasaba por la calle.
Tercera base: José Jose Salcido Ornelas – Podía detener cualquier pelota… siempre y cuando no estuviera bromeando con el umpire.
Jardinero izquierdo: Rafael Hector SepulvedaEl Latas – Cuando la pelota pasaba lejos, todos sabían que él iba a ser el que terminara en la casa del vecino pidiendo permiso para entrar.
Jardinero central: Manuel López – Se lanzaba de cabeza por cada pelota, aunque a veces se le olvidaba a dónde tenía que lanzarla después.
Jardinero derecho: Cesar Molina – Famoso por sus atrapadas espectaculares y sus celebraciones exageradas.
Los Torbellinos del Parque
Pitcher: Roberto Serrano – Su estilo de lanzamiento confundía a todos, incluido él mismo.
Catcher: El Negro Arzola – Su estrategia era hablar tanto que el bateador se distrajera.
Primera base: Manuel Quintana – Su gran talento era reclamar cada jugada como si le hubieran robado la victoria.
Segunda base: Santiago Quintana – Conocido por su velocidad, aunque siempre se le olvidaba contar los outs.
Tercera base: Pepe Arzola – Cuando la pelota venía, la atrapaba sin problemas; cuando tenía que lanzarla, ahí venía el problema.
Jardinero izquierdo: Victor Arzola – Era experto en hacer atrapadas impresionantes justo cuando menos se lo esperaban.
Jardinero central: Chano Quintana – Corriendo como loco tras cada pelota, aunque a veces terminaba en la casa equivocada.
Jardinero derecho: Alejandro Huerta – Siempre listo para el gran momento, aunque la pelota pasaba antes de que reaccionara.
El Partido Inolvidable
El juego más épico de la historia del barrio ocurrió una tarde calurosa, cuando el equipo de Los Relámpagos decidió jugar con la regla especial de «el que haga un jonrón gana una soda». Era el incentivo perfecto, porque todos querían ese refresco helado.
Pinono Pérez, confiado, tomó el bate, miró al pitcher, hizo una pausa dramática y lanzó el mejor batazo de su vida… La pelota voló alto, más alto que nunca. Todos celebraban el jonrón, hasta que alguien gritó “¡La pelota cayó en la casa de Doña Rosita Villela!”.
Y ahí comenzó la operación de rescate. Primero, enviaron a Nacho Serrano, el más pequeño del grupo, a tocar el timbre con cara de inocencia. Pero Doña Rosita no estaba de buen humor. Plan B: convencer al perro de la casa de que les devolviera la pelota (falló inmediatamente). Plan C: esperar a que alguien ofreciera otra pelota, pero nadie quería usar la nueva porque «esa es la buena».
Después de 20 minutos de discusiones, alguien logró recuperar la pelota con una maniobra digna de película de acción. Pero justo cuando iban a reanudar el juego… llegaron las mamás con la frase más temida: “¡Ya métanse, que se les va a hacer tarde!”
Y así terminó el partido, con las discusiones pendientes para el siguiente día y el recuerdo de una reta más en la historia del béisbol con pelota de esponja en Parral.
Por Cesar Molina
Fuente vivencias del barrio.






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