Por Michelle Arias

En el apasionado mundo del deporte, donde las emociones suelen estar a flor de piel, es fundamental entender que la crítica —aunque necesaria— no debe jamás cruzar el umbral del respeto.

La fuerza de las palabras tiene que ir de la mano del respeto, especialmente cuando se trata de figuras públicas como los peloteros, quienes también son seres humanos con familia, dignidad y una trayectoria que merece ser valorada, incluso cuando atraviesan momentos bajos o decisiones polémicas. Criticar su rendimiento, analizar su desempeño o cuestionar decisiones dentro del terreno es válido y necesario; sin embargo, convertir la crítica en ataque personal solo exhibe la falta de profesionalismo de quien comunica.

El tipo de declaraciones que son cargadas de adjetivos hirientes y sin base legal o ética, no solo cruzan la línea del respeto, sino que también desvirtúan la labor informativa. Un micrófono no es una licencia para agredir ni un escudo para ocultar la irresponsabilidad. Al contrario, quienes tenemos el privilegio de comunicar al público debemos tener aún más conciencia del poder que tienen nuestras palabras. Un término mal empleado puede dañar reputaciones, encender conflictos y dejar cicatrices profundas tanto en lo personal como en lo profesional.

El periodismo deportivo no debe ser ni juez ni verdugo. Debe ser un observador crítico, un analista justo y, sobre todo, un canal de información confiable.

El periodismo deportivo cumple una función clave: ser el canal entre el aficionado y el terreno de juego. No se trata solo de narrar jugadas o compartir estadísticas, sino también de interpretar lo que sucede, señalar lo que se desvía del espíritu del juego y dar voz a la frustración o el entusiasmo de una comunidad apasionada. A veces, eso implica decir lo que muchos piensan, incluso si incomoda. La fuerza de las palabras tiene que ir de la mano del respeto, sí, pero también de la autenticidad.

Cuando un pelotero genera una percepción negativa por ciertas actitudes o decisiones, es nuestro deber como medio abordarlo con firmeza y sin adornos innecesarios.

También es verdad que el lenguaje en el análisis deportivo, especialmente en el béisbol, puede ser enérgico, directo e incluso crudo, sin que eso implique automáticamente una falta de respeto personal. El uso de calificativos puede parecer excesivo para algunos, pero muchas veces reflejan la tensión real que vive el entorno, el sentir del fanático que se siente traicionado, y la exigencia que impone el profesionalismo deportivo.

El periodista no es un juez, pero tampoco es un espectador pasivo. Es una voz que debe tener el valor de señalar lo que no está bien, aun si eso significa caminar por la delgada línea entre la crítica y la controversia.

En el béisbol, como en la vida, no todo puede ni debe ser políticamente correcto. Nuestra obligación como medio es mantenernos fieles a la verdad que se ve en el diamante, representar al aficionado y cuestionar con fuerza cuando algo parece romper con los valores del deporte.

Eso sí: siempre estaremos abiertos al diálogo, a la reflexión y a mejorar. Pero jamás renunciaremos a nuestro papel como puente entre el juego y la tribuna. Porque cuando se pierde la voz crítica, el periodismo se convierte en aplauso vacío.

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